En 1824, por último, Beethoven se consagra como el gran anunciador de un nuevo lenguaje con su Novena Sinfonía «Coral» (Op. 125). Su orquestación (2 trompas adicionales, triángulo, platillos, coro y solistas vocales) y duración (70 minutos) es superior a la de la Eroica. Los primeros tres movimientos (un épico Allegro ma non troppo, un poco maestoso, un electrizante Scherzo y un religioso y soñador Adagio) llegan a su culmen en el deslumbrante finale (Presto-Allegro mam non troppo), que inicia con un recitativo instrumental y con citas de los movimientos precedentes. El tema de la alegría, introducido por la cuerda grave va ganando en intensidad y desemboca en la aparición de la voz humana por primera vez en una sinfonía, con cuatro solistas y coro mixto que cantan en alemán los versos de Friedrich von Schiller: Alegría, hermosa chispa divina,/ hija del Eliseo,/ ebrios de entusiasmo entramos,/ ¡oh diosa! a tu santuario... Esta obra, mundialmente famosa y objeto de un sinfín de arreglos y versiones, fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco. El último movimiento de esta sinfonía fue adoptado en 1972 por el Consejo de Europa como su himno y en 1985 fue adoptado por los jefes de Estado y de Gobierno europeos como himno oficial de la Unión Europea.
Para los grandes compositores románticos y posrománticos, la Novena Sinfonía fue el gran legado sinfónico del músico de Bonn, un reto que todos, consciente o incosncientemente, quisieron al menos igualar: desde Schubert (Sinfonía Grande) hasta Brahms (Primera Sinfonía, llamada por el crítico Edouard Hanslick la «Décima» de Beethoven); y desde Bruckner hasta llegar a un colofón dramático y desmedido en el sinfonismo de Mahler.
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